VOLVI AL PASADO...PERO ESTA VEZ NO ME QUEDÉ
A veces, la vida nos lleva por caminos que no imaginamos. Algunos de esos caminos nos permiten regresar al pasado, a esos momentos que ya habían quedado atrás, guardados en un rincón de nuestra memoria. Pero lo curioso es que, aunque parezca que volvemos, en realidad no lo hacemos. Volver al pasado no siempre es un retroceso; puede ser un regreso con más conciencia, más aprendizajes y sobre todo, con una mirada nueva.La semana pasada, por alguna razón que aún no termino de entender, decidí volver a esos recuerdos. Recuerdos de una época que ya había dejado atrás, de situaciones que me definieron de manera intensa, pero que, al mismo tiempo, me hicieron sentir atrapada. Sentí la necesidad de recorrer esos pasillos del tiempo, como si de alguna manera todo lo que viví en ese entonces necesitara ser revisado con la sabiduría que he ganado con los años. A veces, cuando pensamos en el pasado, lo hacemos con nostalgia, como si todo hubiera sido mejor o más sencillo en aquel entonces. Pero la verdad es que cada etapa de la vida tiene su propio peso, y los recuerdos, aunque dulces, también están marcados por lecciones duras.
"Volví al pasado… pero esta vez no me quedé."
Recuerdo el momento exacto en que comencé a revivir todo eso. Fue una tarde tranquila, sin muchas expectativas, cuando decidí abrir una vieja caja de recuerdos que había guardado. Ahí estaban: fotos, cartas, notas escritas a mano, objetos que parecían tener una historia mucho más grande de lo que realmente representaban. Al principio, sonreí al ver esas imágenes. Las caras de mis amigos de la infancia, mis padres más jóvenes, los momentos de alegría compartidos. Era como si hubiera hecho una pausa en el tiempo, un descanso necesario, pero al mismo tiempo, un salto hacia el pasado.
Sin embargo, al seguir mirando, algo cambió. Las sonrisas comenzaron a desvanecerse y mi corazón comenzó a sentir un peso diferente. Fue como si al mirar más de cerca esos recuerdos, también tuviera que enfrentar las sombras que los acompañaban. Las decisiones que no tomé, los errores que cometí, las oportunidades que dejé escapar. Las heridas que había sanado, pero que, al ser tocadas de nuevo, se abrieron ligeramente. Volver al pasado no siempre es sencillo, y a veces, esas revisitas nos muestran lo que realmente estamos dejando atrás. El peso de las decisiones, las pérdidas, los sueños rotos.
Es curioso cómo el tiempo cambia nuestra percepción de las cosas. En ese momento, me di cuenta de algo: aunque había vuelto al pasado, ya no me sentía la misma. La persona que alguna vez fui, esa joven con miedos e inseguridades, ya no estaba allí. Había crecido, había aprendido, y aunque el pasado seguía siendo parte de mí, ya no tenía poder sobre mí. Esa sensación fue liberadora, porque entendí que todo lo que viví, lo bueno y lo malo, me había permitido llegar hasta donde estoy hoy.
Volver al pasado me dio una perspectiva nueva sobre mis experiencias. Vi esas etapas de mi vida con más compasión, no solo hacia los demás, sino hacia mí misma. Me di cuenta de que había tomado decisiones bajo el influjo de mis emociones, sin la claridad que tengo ahora. Pero también entendí que esas decisiones, aunque a veces me pesaran, formaban parte de un proceso que me había moldeado. La vida no se trata solo de aprender de los errores, sino de hacer paz con ellos, de aceptar que todo es parte de nuestro viaje.
Y aunque por un momento sentí la tentación de quedarme allí, en ese pasado que parecía ofrecerme consuelo, algo dentro de mí me recordó que ya no pertenecía a ese lugar. El pasado es hermoso para visitarlo de vez en cuando, pero no es un sitio al que deba volver permanentemente. A veces, nos aferramos tanto a lo que fue, que olvidamos vivir lo que es. Y al hacer esto, nos perdemos de las infinitas posibilidades que el presente y el futuro tienen para ofrecernos.
Así que, después de revisar todos esos recuerdos, tomé una decisión: soltar. Soltar esos momentos, esas emociones, esos miedos que aún me ataban. No se trata de olvidar lo que viví, sino de aprender a caminar hacia adelante sin cargar con el peso del pasado. Es como cuando tienes una mochila pesada, y aunque la has llevado durante mucho tiempo, llega un punto en el que ya no puedes seguir cargándola. Decidí soltar esa mochila emocional y permitir que el futuro se abriera ante mí con toda su incertidumbre y belleza.
Pero lo más interesante de todo esto fue que, al soltar, me sentí más libre. No tenía que seguir buscando respuestas en un pasado que ya había cumplido su propósito. En lugar de quedarme estancada en lo que ya no podía cambiar, comencé a mirar hacia el frente. Descubrí que el presente es el lugar donde realmente sucede la magia. Porque aunque el pasado me haya dejado huellas, el futuro está lleno de posibilidades, y es mi oportunidad de seguir escribiendo mi historia.
Sin embargo, hay algo más. A veces, cuando compartimos nuestras experiencias, las narramos como si fueran solo hechos concretos, como si todo fuera tan racional y real como lo que vimos, tocamos y sentimos. Pero, la verdad es que nuestras historias son mucho más que eso. En cada vivencia que relatamos, hay una mezcla de lo que realmente sucedió y lo que nuestra mente ha transformado, un toque de fantasía que nos da el poder de darle color a lo gris, de convertir un recuerdo en algo casi mágico.
Las experiencias, aunque sean parte de nuestro pasado, tienen una cualidad especial: las contamos no solo con lo que sucedió, sino con lo que soñamos o deseamos en ese momento. Es como si, al recordar, pusiéramos una capa de brillo sobre la realidad, una capa que nos permite revivir esos momentos no solo tal como fueron, sino tal como los sentimos, o cómo quisiéramos que hubieran sido. Este toque de fantasía, esta forma de darles vida a nuestros recuerdos, no es una mentira, sino una forma más hermosa de interpretar la realidad, una forma de elevarla.
Cuando hablo de mis vivencias, sé que no las estoy contando solo como un conjunto de hechos cronológicos. Estoy compartiendo el viaje emocional que esos hechos me dejaron. A veces, lo que más me impactó no fue la acción en sí, sino la forma en que me hizo sentir, la atmósfera que la rodeaba, los pequeños detalles que mi mente, con su toque de magia, amplificó. Y es que, al final, las historias que contamos no son solo recuerdos, son relatos que cobran vida en nuestra imaginación. Son, en cierto modo, como una obra de arte en la que la realidad y la fantasía se mezclan, creando algo único, algo que solo nosotros podemos ver y entender de esa manera.
Y así, al contar nuestra historia, no estamos solo transmitiendo lo que pasó, sino lo que queríamos que pasara, lo que soñamos o lo que, en el fondo, creemos que debería haber sido. La fantasía que se mezcla con lo real no invalida lo vivido, sino que lo enriquece. Y es que, al final, ¿quién dijo que nuestras historias deben ser solo acción? Las historias más poderosas son las que, al contarlas, nos permiten revivirlas de una manera nueva, transformada, llena de magia y de luz.
Hoy, al mirar esa caja de recuerdos, ya no me siento atrapada. Al contrario, siento que ese pasado, aunque parte de mí, no tiene el control. La que ahora soy tiene las riendas de mi vida. Y eso, esa sensación de poder sobre mi presente y mi futuro, es lo que realmente importa.
Así que, aunque volví al pasado, esta vez no me quedé. Lo dejé ir con gratitud, con amor, pero también con la firmeza de que mi vida está en mis manos, y que el tiempo perfecto es el que yo decida vivir ahora.
Y tú… ¿te has atrevido a volver al pasado sin quedarte atrapad@ allí?
Hoy quiero invitarte a que revises tu historia con nuevos ojos, con más amor y menos juicio.
Abre esa caja de recuerdos si es necesario, pero no te olvides de quién eres ahora. El siguiente capítulo te espera 👉Aqui
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